Antes de
que diera comienzo mi labor como auxiliar de conversación en Alemania, jamás
habría pensado que aquí podría llegar a experimentarse la misma sensación que
en otros países menos afortunados donde aún en el siglo XXI carecen de acceso a
internet. Fue por tanto grande la sorpresa que me llevé en un centro situado en
una pequeña comuna de provincia sin acceso a internet. Se me plantearon por
ello dificultades para la docencia y me vi obligado a un profundo cambio de
mentalidad.
Esa era la
situación, pero dicen que las dificultades aguzan el ingenio. Un día en el
aula, tras una aburrida sesión de ejercicios sobre pronombres posesivos, los
alumnos me pidieron jugar a su juego de cartas favorito, que en España
conocemos como “Los hombres lobo de Castronegro”. Yo ya conocía ese
juego de cartas, y se me ocurrió que tal vez un juego podía motivar a mis
alumnos y ayudarme a enseñarles algo sobre la lengua y cultura de mi país,
paliando al mismo tiempo la falta de recursos digitales. Ya por la tarde y con
ayuda de algunas cartulinas, un lápiz, unas tijeras e imaginación, diseñé una
nueva versión del juego a la que bauticé como “Érase una vez en
Castilla”, con instrucciones tanto en español como en alemán, y en la que
los personajes representaban figuras populares del presente en España. Los
alumnos quedaron fascinados al conocer figuras tan poco comunes en su país como
la Celestina, la Vieja al visillo o el Guardia Civil. Todos deseaban saber qué
representaba cada una de ellas y qué rol desempeñaba en el juego.
En resumen,
jugamos, hablamos español y reímos. Fue una “gamificación analógica” forzada
por la situación, pero mis alumnos siguen pidiéndome cada semana jugar a su
juego favorito, “Érase una vez en Castilla”.
Alejandro Ureña
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