Uno llega a Alemania pensando que será difícil adaptarse rápidamente y que pasarán semanas hasta poder sentirse cómodo. En cierta forma, es verdad, pero depende mucho del centro escolar en el que te haya tocado trabajar.
Llegué a Turingia en octubre de 2019, con ocho meses por delante colaborando con un instituto como auxiliar de español. Desde el primer momento supe que todo iba a estar bien: los profesores eran encantadores, los alumnos eran respetuosos, la administración del centro me facilitaba la vida y mi tutora no hacía más que llamar a mi puerta con regalos de bienvenida. ¡Vaya acogida!
Mi gran suerte fue que no tuve que molestarme siquiera en buscar piso. El centro ya tenía unos pequeños alojamientos donde quedarnos, así que todo consistiría en llevarse bien con los otros auxiliares. También en eso tuve suerte.¡No pude hacer mejores amigos!
¿Dónde estaba el problema entonces? Bueno… yo tenía una idea clara de cómo debían ser mis clases; de cómo podría ayudar a los alumnos que, aunque ya sabían muchos aspectos gramaticales del español, no soltaban más que monosílabos (y esto, a golpe de preguntas). No me malinterpretéis, ellos seguían las instrucciones al pie de la letra y eran diligentes con sus tareas, pero no era eso lo que yo debía promover en ellos como auxiliar.
Quería
que se lo pasasen bien, que perdieran su miedo al error, que les importase bien
poco si no recordaban cómo decir una palabra. Quería, en definitiva, ganarme su
confianza y sacarlos del formato tradicional de sus clases. Al final, logré mi
cometido. Los talleres de español comenzaron a funcionar fuera del horario de
clases. Los disfraces hicieron su parte, los juegos de tablero y las tazas de
café sobre la mesa, el resto.
ANA CAMPANO
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